El arte es la representación concreta de nuestros sentimientos más sutiles.
—Agnes Martin
Parece adecuado introducir este acompañamiento textual a la exposición de Beth Letain en L21, titulada Mountain Climbers, con una cita de la pintora estadounidense Agnes Martin (1912-2004). No sólo porque Martin se encuentra entre los referentes reconocidos de Letain, sino también teniendo en cuenta que existen similitudes sustanciales en su “savoir faire”: una expresión gestual sobre superficies impecables; una pincelada directa y segura; y una simplicidad sin fisuras que esconde una lógica compositiva interior e intuitiva. Como Letain afirmó, “para mí, si hay dos rectángulos que se aproximan, tienen que ser de color naranja”1.
Esta frase podría ser un poema – reducido, conciso y vibrante como los gestos de los lienzos de Letain. Sus títulos también podrían serlo:
Dialtone
Anemone
Cicada
Cavewoman
Threat Bucket
Es cuando el cuerpo está en su máximo potencial y es controlado hacia una profunda armonía ahondando en algo que se asemeja a un trance, cuando descubro más de cerca lo que es ser. He salido del cuerpo y he entrado en la montaña.
—Nan Shepherd, “La montaña viva”
Los títulos de las obras en la exposición podrían darnos una pista sobre el núcleo de su significado, pero la respuesta es un molde, un negativo o un envoltorio del mismo. En la práctica de Letain, la forma y el color concurren al mismo tiempo, ambos elementos que derivan de su práctica dibujística. Dibujos del tamaño de un teléfono hechos con gouache y acuarela son la base de la pintura. Imagino que se hacen cientos de ellos, hasta que unos pocos piden ser traspuestos a un tamaño mayor.
Al pensar en los cuadros de Letain me vienen a la mente algunos pasajes de “La montaña viva”2 de Nan Shepherd. Seguramente el título de la exposición desencadene una cierta narrativa: cuadros como rocas, materia vibrante que tiene vida propia y que, por tanto, produce un afecto. Un intento de comunicación.
Los lienzos de Beth Letain, al igual que el relato de Shepherd, son “atemporales”. No porque ofrezcan una verdad “universal”, sino porque proponen un tipo de conocimiento y una percepción de este conocimiento que es íntima. Tienen una dimensión tanto afectiva como intelectual y, por tanto, trascienden la división tradicional de la experiencia en dos categorías – una subjetiva y personal, frente a otra objetiva y pública – que las filosofías occidentales modernas han privilegiado generalmente.
Mountain Climbers son contemplativos. Invitan al público a detenerse y unirse a su acción interior.
1. Flying Colors: Beth Letain on Her Electrifying, ‘Slightly Perverse’ Painting Practice, Ana Finel Honigman, ARTnews, 2019.
2. Nan Shepherd, The Living Mountain. Canongate Books Ltd, Edimburgo, 2008.
Cristina Ramos