


Lo llamamos PABLO
Me flipan las coincidencias. Pablo era un amigo del colegio. Pablo era un ex de mi mujer. Pablo es el nombre de mi artista favorito… Ese nombre nos persigue de un modo simpático. Incluso lo barajamos para nuestro tercer hijo. Un día cualquiera, jugando con los dos niños mayores en la bañera, hablamos de poner un nombre a nuestro grupo familiar, así que tomamos como referencia las iniciales de cada uno de nosotros. Ahí estaba de nuevo: PABLO. Paz, Alejandro, Borja, Luis, Óscar.
Esta exposición está igualmente plagada de coincidencias sorprendentes, familiaridades plásticas, nombres que confluyen y que parecen atraerse mutuamente. También hay, si se sabe dónde buscarlos, recuerdos escondidos: un archivador en movimiento, cajones oscuros que no se dejan abrir con facilidad. El interior del archivo es de un color muy cercano al negro, como un jardín nocturno en el que emergen imágenes y sensaciones que activan la memoria.
Si bien es cierto que la memoria adquiere formas muy diversas, la mayoría de las veces se hace recuerdo. Y he decidido perseguir dos recuerdos separados en el tiempo. En el año 2011 caminaba por Sant Feliu cuando pasé por delante del escaparate de la galería Kewenig. Me detuve a observar el trabajo de Marcel Broodthaers y, en aquel momento, quedé más que sorprendido, desconcertado. Año 2018. En una pequeña sala de estar con dos sofás enfrentados, en el estudio de Lluis Fuster, volví a encontrar ese collage de obras, en este caso de artistas distintos. Formaban una composición ramal, orgánica como el lento crecimiento de las plantas. Con el encuentro la memoria se pliega, poniendo en contacto diferentes puntos y despertando el deseo de realizar este proyecto en la galería a partir de dos imágenes separadas en el tiempo.
Quizá nos encontramos ante un pequeño hurto: he robado la composición de Lluis Fuster, una acumulación subjetiva que creó una nueva obra en sí misma. La he traído a la galería utilizando el blanco y negro como hilo conductor para crear un proyecto curatorial-instalativo. Quizá el robo se remonta a una genealogía que comienza más atrás con el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg: la memoria con cuerpo arbóreo, siempre mutable.
La acumulación y el archivo dan pie a nuevas configuraciones, una estrategia que está presente en la exposición. Las obras de 38+2 artistas participantes se disponen en el espacio de la sala creando una atmósfera idónea para la generación de pensamiento y experiencia. Black Garden es un territorio que recorrer dejando que las relaciones nos lleven de un sitio a otro. Aunque tiene unas coordenadas: dos paredes enfrentadas en las que cuelgan una fotografía y una pintura de la artista Susy Gómez. Oscuridad rota por dos rosas blancas. Ramas creciendo en el cuerpo, como un peculiar árbol genealógico. Existe una tensión entre el árbol y la rosa, pero una tensión que se disuelve en la música y la celebración. Los altavoces se han mimetizado entre la vegetación, y tal vez puedan decirnos algo de su sonido interno, su invisible coherencia. ¿Qué música produce el tronco de un árbol?
Óscar Florit
Director de L21
En colaboración con Noguerasblanchard, The Goma, PM8, Horrach Moyà, Polígrafa, José de la Fuente, Fran Reus, Bombon Projects y Cerveza Rosa Blanca.
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