La pintura es el medio maleable por excelencia que permite explorar la ambigüedad de las imágenes y su relación con nuestra identidad. Mientras que las flores han sido una constante en el arte y la cultura desde antes de convertirse en la obsesión de artistas pertenecientes a la tradición holandesa del siglo XVII o del impresionismo. Pensar a través de las flores nos retrae a conceptos como la belleza, el deseo o el duelo, al mismo tiempo que establece un diálogo con nuestro hábitat.
Hablar de la abstracción de las formas en los lienzos de Jorge Galindo significaría reducir su lenguaje al diseño, el trazo o el color. Sin embargo, al poner énfasis en el proceso, se da cabida a la alegría, a una figura, al espacio pictórico. Movimientos, y no estados. Un crecimiento en potencia y no una finalidad. “Fata Morgana” presenta obras de dos series distintas, realizadas en diferentes periodos de tiempo, pero ambas partiendo de imágenes de flores en postales de final de siglo, adulteradas con colores que acentúan pliegues, líneas y luces de aquello que representan. Es significativo, asimismo, mencionar el origen de los papeles sobre el que las “Flores Braille” son ejecutadas, ya que provienen de unos cuadernillos que una sede de la ONCE en el Madrid de los años 80 desecha en la basura, los cuales son recogidos por Galindo y transformados, por aquel entonces, en sus primeros tratados sobre cómo pintar. Apuntes, esbozos, cartas de color ahora hechas flores bailarinas. Este guiño material hace referencia al lenguaje sutil del braille y traza un paralelismo con el de la pintura, un retorno al “lenguaje antes del lenguaje”, en palabras del artista.