Poder y atracción
Las nuevas pinturas de Kes Richardson
Me gusta la manera en la que estas obras, frescas y luminosas, parecen estar hechas de retazos de papel. Me gusta la luz que irradian, el brillo natural de las formas y cómo sugieren rostros. Cuando vi el título[1] de la exposición, entendí que esta intención había sido premeditada y que sugerir estas formas no era casual. Había visto estas pinturas antes de saber cómo iba a llamarse y ya entonces pensé que estaban llenas de significado y de vida.
¿Cuánto significado tiene que tener cada elemento de un cuadro? Siempre que haya una intención de convencer detrás, habrá un significado. Que una pintura sea creíble puede ser cuestión de homogeneidad en el patrón seguido, del sentido que aportan las formas geométricas o de la emoción conseguida por la combinación de los distintos elementos del cuadro que, si bien pertenecientes a categorías distintas, consiguen crear un todo: una pizca de imagen, un poco de forma y muchos elementos dispares.
Son pinturas llenas de vida. Los materiales desbordan energía. Las formas son nítidas y definidas o etéreas y ambiguas. Ante tal desconcierto, no siempre queda claro cuál es cuál, cómo han llegado a crearse o cuántos colores vemos: frecuentes fallos en la pintura semi-abstracta de Matisse, ¡comunicando la alegría de hacer! Y, sin embargo, los cuadros son arrolladoramente sencillos, y es precisamente esa sencillez la que termina siendo compleja.
En una de las pinturas vemos una mancha de color verde lima en forma de torre, algo difuminada, junto a otras formas angulosas de color negro y marrón rojizo. Intentando sobresalir, un azul claro envuelve las formas como si fueran retales de cielo. Los elementos del cuadro son exactamente como los describo, pero transmiten una credibilidad y una coherencia cromáticas fuera de toda ambigüedad. Eso no quiere decir que todas las formas tengan la misma tonalidad. Al contrario, los colores, ricos en contrastes, van alternándose como si de un tablero de ajedrez se tratara. Pero el control que el artista ejerce sobre ellos está lejos de ser un mero pasatiempo. Diría que comienza a trabajar el color de forma mayoritariamente inconsciente según su apetencia en ese momento para, después, alterar de forma consciente y deliberada ciertos elementos aquí y allá. El artista controla las manchas de color para que ocupen el espacio y para que, a los ojos y la mente del espectador, la interacción entre ellas sea parecida a lo que ocurre en el mundo que percibimos. Igual que en el mundo real.
Máscaras, caras, pinceladas de rostros vanguardistas, nubes empujadas por el viento, figuras que recuerdan a barcos en el mar, patrones que transmiten verdad, formas de bordes desgarrados, torcidos, sin orden ni concierto… Toda una promesa visual demasiado apetecible para no sentirse atraído al leer sobre ello. Sentimientos de indignación, amenaza, ironía, y comentarios sobre las extrañas convulsiones psicológicas a través de las que negociamos todo y todos los que nos rodean – ¡toda esta presión alienígena día y noche! Podríamos pensar que es la receta perfecta para crear una obra de arte de éxito. Ciertamente me gusta cuando lo veo… si es que funciona.
Aunque también me gusta observar los cuadros desde una perspectiva más suave. De hecho, cualquier perspectiva basada en nuestra existencia como seres humanos es un buen punto de partida para contemplar el arte, siempre y cuando las formas y la energía que se deriva de cómo se han creado, de cómo se han tratado y de cómo se han convertido en un todo tiene algún poder.
El poder, al margen de su definición, es prácticamente imposible de delimitar y no se puede considerar desde un punto de vista científico, sino que son palabras que unimos esperando que surtan efecto… Justo lo realmente importante de una pintura. El poder es la versión analógica de una realidad sin tapujos: de la ira más furibunda a la ligereza de las bromas sin importancia, de nuestro lado más salvaje a cumplir con las convenciones sociales de nuestro entorno. El poder es eso. Y no importa si el detonante es el sentimiento que nos despierta la imagen de un petirrojo saltando de rama en rama o la de Saturno devorando a sus hijos. Por todo ello, bienvenidas sean estas pinturas que consiguen removernos sentimientos reflexivos.
[1] Boat Race es la jerga cockney que rima con “cara” y Fizzog es una abreviatura de principios del siglo XIX de la palabra «fisonomía» (los rasgos faciales de una persona).
Kes Richardson (Londres, UK, 1976) es un artista con sede en Londres. Se graduó en el Bath Spa University College en 1998 con una licenciatura en Bellas Artes.
Exposiciones individuales incluyen: Spoiler, Ridgeway Road, Londres (2020) y Droor’ngs, FOLD Gallery, Londres (2020) y Fair Game, FOLD Gallery, Londres (2016). Su trabajo se ha expuesto de forma colectiva en Bad Actors, Karst, Plymouth, UK (2019); Notes on Painting II, The Koppel Project Central, Londres (2019); The Inhuman/difficult transition/, Thames-side Studios Gallery, Londres (2019); ‘Do Re Mi Fa So La Te’, Griffin Gallery, Londres (2018); Painting & Structure, Kennington Residency, Londores (2018); Steal The Show, 53 Bentinck St, Glasgow (2017); Pool, Griffin Gallery, Londres (2016); garten a.V., Frontviews Temporary, Berlín (2015). Collections include: David Roberts Foundation, Londres.