ROMA 1997
SIMON DEMEUTER
10 Septiembre - 03 Noviembre, 2021

ROMA 1997, exposición individual de Simon Demeuter. Vista de la instalación en L21.

ROMA 1997, exposición individual de Simon Demeuter. Vista de la instalación en L21.

Boomerang_91, 2021

Acrílico y barra de óleo sobre lienzo

150 x 120 cm

SmallPredator, 2021 

Acrílico y barra de óleo sobre lienzo

150 x 120 cm

Alive7, 2021

Acrílico y barra de óleo sobre lienzo

150 x 120 cm

Track32, 2021

Acrílico y barra de óleo sobre lienzo

150 x 120 cm

ROMA 1997, exposición individual de Simon Demeuter. Vista de la instalación en L21.

Shark74, 2021

Acrílico y barra de óleo sobre lienzo

150 x 120 cm

Jesusvolvo92, 2021 

Acrílico y barra de óleo sobre lienzo

90 x 78 cm

Astivus, 2021

Acrílico y barra de óleo sobre lienzo

150 x 120 cm

ROMA 1997, exposición individual de Simon Demeuter. Vista de la instalación en L21.

ROMA 1997, exposición individual de Simon Demeuter. Vista de la instalación en L21.

Evian1972 (2), 2021 

Acrílico y barra de óleo sobre lienzo

200 x 180 cm

Evian1972 (1), 2021 

Acrílico y barra de óleo sobre lienzo

200 x 180 cm

ROMA 1997, exposición individual de Simon Demeuter. Vista de la instalación en L21.

ROMA 1997, exposición individual de Simon Demeuter. Vista de la instalación en L21.

Borghese_09, 2021

Acrílico y barra de óleo sobre lienzo

150 x 120 cm

Simon Demeuter da vida a sus visiones. Con sus colores extraños y la precisión de sus líneas, alcanzan otra dimensión en el lienzo. Para esta serie de cuadros, Demeuter ha rememorado sus andanzas romanas. Abandonando los caminos que conducen a los tópicos habituales sobre la Ciudad Eterna, encontró, en el suelo de mosaico de la Villa Borghese, unas figuras muy antiguas. Gladiadores dormidos, prisioneros de sus propias posturas. Condenados a la virilidad, a la omnipotencia. Pero descartados por los circuitos turísticos, las guías y los grandes clásicos de Roma. Al devolverles el protagonismo, Simon Demeuter les devuelve la vida. Los gladiadores ya no quieren luchar, ni morir. Escúchalos: ¡quieren amarse y vivir!

 

Ya no tenemos nombre.

 

Ya no somos dueños del espacio.

 

Ya no tenemos nuestras tumbas.

 

Nos inundan, cada día un poco más. ¿Y con qué? Chancletas de plástico. Birkenstocks para los pies de los turistas cansados de haber vagado por la ciudad bajo el calor abrasador durante tanto tiempo. Un poco de su sudor, de su impaciencia y de sus excitados flashes del iPhone. Con su olvido, por encima de todo, nos desprecian.

 

Estábamos en el corazón de la arena. Envidiados por todos. Más varoniles que los leones. Más terribles que las fieras. Éramos los hombres fuertes. Listos para sacrificar nuestra vida por el gran juego. Listos para morir por honrar a los dioses. Hoy en día, ya ni siquiera nos miran. Los dioses están ausentes y los hombres pasan por delante de nosotros. Sin vernos. Prefieren el mármol lechoso de Bernini, el negro tan profundo de Caravaggio, los bustos y los santos, las vírgenes y el vino. Hacen cola para verlos, para escudriñarlos. Y a nosotros, de pies a cabeza, nos pisan.

 

Nos bajaron. A la tierra sin polvo. A una vida sin riesgos. A un ornamento. Algún adorno. Esto es lo que somos. Congelados en nuestras posturas.

 

Mudos. En nuestros cascos. Se olvidaron de nosotros. ¿Qué hemos hecho para merecer esta muerte? Nunca nos faltó valor. Ofrecimos nuestra sangre, nuestro miedo. Dimos todo para persistir. Permanecimos eternamente heroicos. Antiguas estatuas y modelos. ¿Qué sentido tiene? Finalmente nos hartamos de su coloso. No más espada, no más agujero. No más cuerpo a cuerpo, ni violencia gratuita. ¿Para qué morir si ya nadie nos mira? Hemos encontrado un desfile a su desprecio. Nuestros golpes se han convertido en caricias. Nuestras luchas, deseos. Nuestra muerte, placeres.

 

Ya no hacemos la guerra. Lejos de su mirada, nos tocamos. Hemos aprendido a ser gentiles. Valor para abrazar. La violencia aún más aguda en el disfrute. Hemos transformado nuestra maldición. Recuperado nuestros colores. Dejamos la tierra por el lienzo y los cielos. Acabamos con los dioses. Ya no somos modelos. Ya no somos inmortales.

 

Y ahora vuelven. Se deleitan con nosotros. Nos llaman por nuestro nombre. Recuerda.

 

Eso es.

 

Por fin.

 

De nuevo estamos vivos.

 

Y estamos enamorados.

 

– Boris Bergmann

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